EL DISCURSO PSIQUIÁTRICO Y LA EXCLUSION SOCIAL

EL DISCURSO PSIQUIÁTRICO Y LA EXCLUSION SOCIAL

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«Uno es lo que el discurso hace de él»
Omar, el Hammoud

La psiquiatría como ciencia teórica, se ocupa del estudio de la conducta humana, en esclarecer y explicar los tipos de juegos que las personas emplean entre sí, como los aprendieron, porque les gusta jugarlos…La conducta propiamente dicha proporciona los datos primarios de los que se infieren las reglas del juego.

Entre las muchas y distintas clases de conducta, la forma verbal o la comunicación por medio del lenguaje convencional constituye una de las áreas esenciales que interesan a la psiquiatría (Szasz 1973). Por consiguiente, es la estructura de los juegos del lenguaje (Sellars 1954) donde influyen los intereses de la lingüística, la filosofía, la psiquiatría y la semiótica. Cada una de estas disciplinas estudia diferentes aspectos del juego del lenguaje: la lingüística su estructura; la filosofía su significación cognitiva, y la psiquiatría su uso social.

La psicología y el discurso psiquiátrico son dos monedas que están hoy en día al servicio del poder más que al de las personas y la ciudadanía. Ya que, desde el poder se articula un discurso “psiquiátrico” que participa en la construcción de un sujeto-individuo basándose en trastornos mentales según su funcionalidad y productividad.  

El discurso se produce dentro de un marco normativo regido por parámetros que el estado ha establecido para él, idea que el autor Michael Foucault (2005) considera como un tipo de discurso de poder por que según el mismo autor, tanto la historia como la forma con que son tomados los saberes de la psiquiatría hacen que este discurso se convierta en una herramienta disciplinaria, es decir, como un recurso eficaz para someter y corregir al comportamiento humano que de otra manera no ha sido posible su enderezamiento a fin de hacerlo funcional para la sociedad (Foucault 2005). De acuerdo con esta consideración, el sujeto-persona-humano se reduce a un mero individuo que debe regir a las políticas, a las normas del poder, por lo tanto, se sucumbe en una suerte de reduccionismo de lo humano a tan solo un cuerpo puesto al servicio del poder y del mercado, por consiguiente, se incurre en la deshumanización intencionada. 

El problema principal de este tipo de discurso reside en la limitada y poco lógica concepción biomédica que tiene de la salud humana, ya que considera los problemas psicológicos como catalogables y definibles como cualquier otra enfermedad como bien señalan (Pérez & Fernández, 2008).

Uno es lo que el discurso hace de él

Esta frase quizás nos ofrece un excelente ejemplo de cómo el discurso psiquiátrico construye a individuos empleando trastornos, deficiencias físicas y corporales, reduce las personas a su cuerpo y su funcionalidad.

No cabe duda de que la totalidad del discurso psiquiátrico se limita a valores materialistas y a la capacidad funcional, lo que busca es la rentabilidad y productividad, de allí, que su principal interés no es sanar personas sino hacer funcionar cuerpos y ponerlos al servicio del mercado. Con tal de garantizar la productividad, el discurso psiquiátrico le impone a cualquier individuo en cuestión utilizar medicamentos, de manera temporal o de por vida, se crea una dependencia entre “enfermo” “medicamentos” y entre “paciente” y el “psiquiatra”, en ambos casos, se crea una relación de dependencia, que si se observa detenidamente, vemos que la psiquiatría depende y dependerá siempre de los “pacientes” para subsistir, por lo tanto, existe una necesidad lucrativa lo que hace que el discurso psiquiátrico-normativo trate de tal manera a los individuos.

No obstante, dichos individuos “trastornados” sino superan o no pueden sanar sus enfermedades se les separa y se les excluye, atendiendo a la incumplimiento de “la norma social” que el Estado disciplinario dicta como tal. De esta manera, el discurso engendrado en el seno de la psiquiatría y apadrinado por el poder, sirve para encasillar y categorizar la sociedad entre sanos/enfermos. Todo esto, acentúa más la exclusión social de estos individuos que supuestamente, no cumplen la normativa establecida o mas bien impuesta por el poder.

En pocas palabras, la relación que se gesta entre el discurso psiquiátrico y el poder es una relación mercantil cuyo interés no es la salud de las personas sino su productividad como sujetos activos dentro de un sistema socioeconómico salvajemente inhumano. Por lo tanto, se limita tan solo a la utilidad o no de los individuos, lo que hace que la exclusión sea un tanto materialista. Al mismo tiempo, el discurso psiquiátrico representa para el poder una oportunidad y una herramienta eficaz para ejercer más control y someter a los individuos, como también le permite legitimar y demostrar su aparente buen hacer hacia la sociedad.

Es importante destacar que no es la actitud del individuo, ni su estado de salud, ni su integración dentro de la sociedad lo que cambia a las personas, sino es el discurso que ejerce una presión social forjando todo un nuevo sistema de creencias cuyos fundamentos se basan tan solo en conceptos como productividad, utilidad y funcionalidad corporal o física que terminan sentenciando y excluyendo a las personas, por consiguiente, fragmentado más a la sociedad, causando un agudo sentimiento de fobia social.

Una fobia social que comienza por los mismo centros de internamientos para “enfermos” que nada más entrar a estos lugares sufren una des-socialización y se someten a unas reglas, rutinas, horarios muy determinados. Se vigilan por los responsables o los que trabajan allí, es decir, se ejerce un control de parte de los que trabajan allí, sobre los confinados, lo que agudiza más la polarización, ya que los que trabajan allí se distancian de los que viven allí, se les reafirma el sentimiento de no pertenecer a ellos.

Las prácticas discursivas de estos actores sociales participan en la construcción de significaciones sobre los confinados y sus comportamientos, unas significaciones que provienen ya, de las consideraciones y las construcciones discursiva hechas desde el poder, desde la norma. Los que trabajan allí, médicos, enfermeros, entre otros, son los responsables de interpretar y nombrar actitudes y/o comportamientos de los individuos en términos psicopatológicos. Así pues, la relación como resultado de la interacción entre los que trabajan allí y los que viven allí, esta marcada por un abuso de poder y denigración. Ya que, emplean todo un arsenal de conceptos y mecanismos negativos de exclusión, rechazo, marginación, descalificación, privación, negación, desconocimiento.  

En definitiva, el discurso psiquiátrico constituye una forma de violencia en contra de individuos vulnerables. Es aquí donde urge una crítica constructiva que se deshaga de las consideraciones propias de una norma subjetiva, donde el peso de la crítica debe caer sobre lo que muchos llaman “salud mental” muy en boga últimamente, y de modo similar, romper ya de una vez con el discurso psiquiátrico y reconfigurar todo lo que tiene que ver con ello.

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