CÓMO NOS MIRAN: LOS NO VACUNADOS EN EL DISCURSO SOBRE LA PANDEMIA

CÓMO NOS MIRAN: LOS NO VACUNADOS EN EL DISCURSO SOBRE LA PANDEMIA

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“El poder es una bestia magnifica”

Michel Foucault

La desfachatez mediática, la hipocresía del poder, el apoyo de la sanidad y la sumisión del rebaño son requisitos para infundir miedo, imponer control y coaccionar las libertades, y, por consiguiente, provocar confrontación en el seno de la sociedad. Para ello, periodistas insensatos y gobiernos verdugos ordenan un discurso repleto de reliquias propias del campo de batalla con la finalidad, primero de perturbar el orden moral, infundir pánico y paranoia, y segundo deslegitimar a cualquiera que intente oponerse a las restricciones e imposiciones del Estado. 

En ese clima hostil proliferan actitudes de odio y de rechazo hacia el otro y una especie de ceguera invade la sociedad casi por completo, una ceguera que se expande a merced de los medios de comunicación y por bendiciones de un gobierno materialista que, en lugar de desempeñar su labor política, o precisamente haciendo lo único que sabe hacer, se convierte en el tutor indiscutible de los ciudadanos, una especie de patriarca que solo a él le pertenece la labor de dictar lo bueno y lo malo para los ciudadanos, de quién es la víctima y quién el criminal; todo ello gracias a un discurso altamente polarizado, cuyos principales términos forman todo un escenario apocalíptico: su única salida es acabar con cualquiera que no se quiere vacunar. 

Es decir, se observa un abusivo uso del discurso de separación social, un discurso polarizado y polarizador, ya que, intenta seccionar a la sociedad en dos bandos: los vacunados – sin que eso signifique sanos- y los no vacunados -que no significa contagiados-. Contra estos últimos, se alinean una serie de dispositivos y prácticas que legitiman la violencia, en principio verbal, y sufren una burda deslegitimación y ninguneo. 

No obstante, si nos fijamos en las pautas que se siguen para inducir -discursivamente- a la gente a vacunarse nos daremos cuenta de que en la mayoría de los casos se emplean metáforas de guerra que consisten en infundir un desmesurado miedo a la muerte. Lo mismo pasa cuando se trata de discursos dirigidos a los que no se quieren vacunar o aún necesitan tiempo para pensarlo. Vemos que el discurso no cambia mucho, y las metáforas son las mismas. Dicho de otro modo, los vacunados y los no vacunados forman dos caras de la misma moneda para el Estado, es decir, en ambos casos se recurre a la vigilancia y el castigo y con ello se produce un aberrante abuso de poder. 

Se secciona la sociedad y con ello aparece, indudablemente, la hipótesis del conflicto, la creación de un enemigo, esta vez interior, que formaba parte del endogrupo hasta hace poco, pero ya ha sido expulsado y ahora forma parte del exogrupo, “el otro”, por no cumplir la norma impuesta y establecida por el poder. Este sujeto resistente y rebelde tiene la posibilidad de recuperar su sitio y ganar la compasión del endogrupo, pero no sin aceptar y someterse a las reglas del primero. En este caso la solución es vacunarse. La gran diferencia entre ambos grupos es que los miembros del endogrupo son como una especie de sujetos que no pertenecen a sí mismos, no piensan por sí mismos, están enormemente influenciados por factores externos, ajenos a ellos. Es decir, todo les llega de fuera, nunca son ellos mismo, sino son lo que el poder quiere que sean.  

Semejante reflexión es crucial, porque se nutre de ideas que fomentan el temor, detallan los procedimientos a seguir para confinar o aislar zonas, es decir, hay una renuncia a los derechos fundamentales. Lo preocupante del uso de este mecanismo es que legitiman políticas de vigilancia y castigo, cuyo eje vertebral es la articulación de un relato apocalíptico que se sustenta de la muerte. 

Como muestra de este tipo de discursos en un artículo publicado en El País el 14 de agosto de 2021, y señala lo siguiente: “Los expertos insisten en que, en conjunto, el ritmo de inyecciones es muy favorable, pero quedarán nichos difíciles de alcanzar, porque los implicados no pueden o no quieren vacunarse”.

Nichos e implicados entre poder y querer, fíjense que este enunciado recoge una severa intención de señalar a individuos como implicados -un término propio del ámbito de criminología-, el emisor muestra su dudable veracidad poniendo en el mismo orden dos términos; no poder viene a significar la ausente capacidad de hacer algo, en este caso vacunarse, y no querer, es decir, no tener el deseo de vacunarse. Visto desde una mente sana y bajo el prisma de la libertad de decisión, ambas son legítimas y no suponen ninguna agresión a ningún derecho o ley. No obstante, la intención discursiva y la conjunción de la frase juega a favor de criminalizar estos dos tipos de acciones, fruto de un abuso claro de poder, esta vez comunicativo. 

No cabe la menor duda de que la coerción comienza por el discurso y pone a su servicio todo un arsenal de mecanismos y medios para lograr su efectividad, hecho que el lector puede constatar en el enunciado que sigue: “La Comunidad Valenciana ha sido la primera en lanzar una campaña para repescar a estos rezagados. Les mandará mensajes con varias fechas posibles para que puedan elegir y vayan a pincharse”. (El País, 14/08/21).

El hecho de lanzar una campaña tiene la finalidad de influir y convencer a un sujeto de un determinado asunto, idea o acción, en un intento de pescar (término compuesto que hunde sus raíces en atrapar algo que no se tiene, se le añade el prefijo re-, lo que lo transforma en otro sinónimo que viene a significar segunda oportunidad), y rezagados se emplea como refuerzo a la idea general. El hecho de dar oportunidades supone la presencia de una obligación, en este caso de vacunarse; el empleo del término elegir no afecta la acción de vacunarse sino solo al tiempo y la fecha para hacerlo. Se percibe, pues, un cierto grado de imposición de una acción disfrazada de una flexibilidad aparente que reside en la elección del tiempo de su realización. Te imponen la acción y te dan el tiempo de elegir cuando quieras realizarla. Nos están obligando a elegir una sola forma de hacer las cosas (vacunarse)

Veamos ahora otra declaración que quizás viene a escenificar lo que hemos dicho hasta el momento: Fernando García López, presidente del Comité de Ética de la Investigación del Instituto de Salud Carlos III, afirma:“En España no existe un grupo antivacunas importante contra el que haya que luchar, como sucede en otros lugares”. (El País, 14/08/21).

Llama la atención el uso de un concepto supuestamente negativo que el emisor evoca, pero sin explicar quiénes son estos antivacunas. Utiliza una estrategia generalizadora: su función aquí es confundir al receptor, ya que supone que cualquiera que no se quiera vacunar -independientemente de sus motivos- es un antivacunas. Señala un grupo social y lo condena como culpable. El empleo del prefijo -anti tiene su origen en el latín (expresa oposición o que lucha contra algo).  

Agárrense que vienen curvas con los enunciados que reproducimos y analizamos a continuación: empezamos con una declaración recogida en un artículo publicado por la agencia Efe, con fecha de 16/09/20. En él, una tal Alicia Martos, psicóloga, señala lo siguiente hablando de la gente que no se quiere vacunar: “No se trata solo de una opinión, ya que la postura negacionista se convierte en una parte de la identidad de la persona, es como las convicciones políticas arraigadas en la identidad más profunda.” Se le ve el plumero, ya que pretende hacer de una evidencia otra evidencia, una suerte de hiper evidencia o meta evidencia, valga la redundancia; en cualquier caso, ambos términos son válidos. Por supuesto que el hecho de negarse a la vacunación responde a una convicción personal, donde el único criterio válido y legítimo es la propia persona. No obstante, exagera o incurre en un grave problema sectario cuando señala que estas convicciones pertenecen a la identidad de la persona, es decir, que convierte una convicción personal en una seña de identidad y se auto-otorga el rol de portavoz y determina qué es identidad personal. Convierte una convicción en dogma y parte inseparable de la actitud de una persona, una actitud que, según la psicóloga, está obsoleta de cualquier cambio y lejos de la erosión. Cabe señalar que no todos los que no quieren vacunarse son negacionistas. 

«Y si a ello se suma un carácter al que le cuesta más adaptarse a las normas dictadas desde arriba, nos encontramos con el clima perfecto para que se dé una conducta negacionista.” (Timanfaya Hernández, psicólogaEfe 16/09/20La psicóloga del poder considera que el mero hecho de no someterse a las normas que dicta el poder al que llama “arriba” favorece la salida de este ser negacionista que llevamos dentro. Fíjense que su enunciado jerarquiza la sociedad, es más, reconoce y parece bendecir esta jerarquización cuando habla de los de arriba. Evidentemente, su enunciado no puede ser más claro: atribuye a cada uno la función que tiene que cumplir, los de arriba (el poder) dictar normas que los de abajo, nosotros (el rebaño pisoteado) debemos cumplir. Dicho de otra manera: se establece, según su enunciado, una relación que, en lugar de basarse en la libertad, derecho e igualdad, se basa en el abuso de poder, en el autoritarismo y la superioridad

Seguid agarrados porque vienen más curvas: en otro artículo publicado en La voz de Galicia, titulado De los negacionistas, hasta el gorro, un tal Xosé Carlos Caneiro (apodado “el equilibrista”), se moja más a favor de la anulación de la libertad, a la que permite abolir con la excusa de la salud, como bien reza su enunciado: “Ya sé que defendemos la libertad sobre casi todas las cosas, casi, porque por encima de la libertad está la salud.” 

El casi equilibrista emplea un adverbio que expresa una cosa que no se da, lo irónico se atribuye a él, junto a otros prójimos suyos, en paradero desconocido, la defensa de la libertad, para luego avisar que la libertad está por debajo de otras consideraciones, como la salud. Nos viene a decir que otorgamos nuestra libertad a cambio de salud. No puede ser más esclavista este enunciado. Dibuja una relación de compraventa, de sumisión. Claro está que el desequilibrado columnista llama a acabar con la libertad de un plumazo.  Si os queda duda de ello, emplea igual que otros medios hacen terminología propia del campo de la batalla, señalando a la gente que no quiere vacunarse con “este batallón de insensatos que son muy libres de opinar, y reopinar, pero que están poniendo en riesgo la salud de todos”. Batallón, insensatos muy libres de opinar…arduo ejercicio de unir conceptos muy disparatados en un intento de convencer a los lectores de que lo suyo es un periodismo sano y neutral, por no decir reflexivo y crítico. Sostiene que el hecho de ejercer un derecho reconocido y consolidado como es el de opinar, representa un riesgo para la salud; dicho de otra manera: opinar para este señor se ha convertido en un virus que hay que erradicar. No tarda en lanzar una prueba que afianza lo que hemos dicho de este columnista, que señala: “La confrontación es de orden moral. La libertad no puede estar por encima de ella” : Fallido intento de elevar una cuestión de puntos de vista y de convicciones personales a una confrontación moral, de poner en guerra dos conceptos más bien complementarios, la libertad y la moral, vano ejercicio, puesto que la libertad está íntimamente relacionada con todo sistema moral.

Aplicando la moral del equilibrista, en su condición de “humano”, señala que: “Digo que en los hospitales no puede haber sanitarios sin vacunar. Digo que los funcionarios públicos deben ejercer como tales y estar al servicio del Estado que les paga. No te vacunas, no cobras. Es duro escribirlo”. No es duro escribirlo, sino que es inaceptable tal consideración, propia de una mente enfermiza e incapaz de aceptar la diferencia, al otro que opina de manera distinta a él. Vemos cómo pone precio a la libertad, “no te vacunas, no cobras”, relaciona la libertad con los valores del mercado, cosifica un derecho y lo pone en venta. Antepone el valor económico a la libertad en todas sus manifestaciones. 

Además de cribar a la sociedad y criminalizar a una parte de ella, añade lo siguiente: “Dicen que no se vacunan ni ellos ni sus familias. Dicen y dicen y vuelven a decir y nadie hace nada para que sus vociferaciones de odio (odio a la especie humana) queden en el vacío”. Como puede observar cualquier lector, la locura, el miedo y la histeria lleva a este señor a sentenciar al `otro´, y llama la toma de medidas contra cualquiera que no quiera pincharse; se exonera a sí mismo de odio para atribuirlo al `otro´. 

“Ser `negacionista´ (los fanáticos y los que dicen no) es ejercer un delito cruel contra la humanidad”. He aquí la guinda del pastel, ya que culmina su desesperante odio y hostilidad al otro tachando, primero a cualquiera que no quiere vacunarse de negacionista, y segundo, considerando el sano y libre ejercicio de decidir sobre tu cuerpo como un delito contra la humanidad. 

En cualquier caso, los abanderados y los perros del poder, que abarca periodistas, intelectuales o lo que simplemente llamaríamos prostitutas del poder, abogan por inyectar sustancias a la fuerza en el cuerpo de otra persona. Nos quieren hacer creer que se hace como un acto de auto-defensa. No obstante, si alguien evita vacunarse basándose en alguna creencia o convección sea correcta o equivocada de que la vacuna es dañina, entonces la vacunación a la fuerza en este contexto es un caso de agresión.

A modo de conclusión, urge decir que esa artimaña psico-discursiva, liderada por el Estado y sus perros ladradores, solo sirve para crear un clima de odio y enfrentamiento en la sociedad y los ciudadanos entre sí, un enfrentamiento visceral que, como mucho, nos convertirá en personas, grupos o comunidades frágiles en manos de un gobierno cada vez más autoritario, un bestia magnifica.

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